¿Más tecnología en el aula significa más aprendizaje? Spoiler: no
Volvemos al debate, pero esta vez con datos sobre la mesa:
Según un estudio reciente publicado por la OCDE y recogido por El País, los alumnos que usan menos la tecnología en el aula obtienen mejores resultados académicos que aquellos que la utilizan a diario. Y entonces, ¿qué está fallando?
No es la tecnología en sí. Es el cómo, el para qué y el con qué acompañamiento pedagógico se integra. La noticia ha hecho ruido, pero lo cierto es que no nos sorprende a quienes llevamos tiempo advirtiéndolo: la tecnología, sin propósito ni transformación pedagógica real, no mejora la educación. Solo la digitaliza. Y muchas veces, la empobrece.
Lo escribí hace unas semanas por aquí: Tecnología en el aula… ¿sin cambio pedagógico?
La clave no está en el dispositivo, sino en la mirada que lo acompaña. Y por eso quiero recuperar un modelo que me parece más vigente que nunca: el marco ATC21S (Assessment and Teaching of 21st Century Skills), impulsado por Intel, Microsoft y Cisco y adaptado por la Universidad EAFIT. Un marco que identifica las 21 habilidades esenciales para vivir, aprender y trabajar en el siglo XXI, organizadas en cuatro dimensiones fundamentales. Esta clasificación me parece especialmente potente porque:
No separa lo técnico de lo humano.
No habla solo de saber, sino también de saber hacer y saber convivir.
Y sobre todo, reconoce que aprender hoy es más que memorizar: es conectar, crear, analizar y actuar.
Las 4 dimensiones clave que identifica las 21 habilidades esenciales para vivir, aprender y trabajar en el siglo XXI:
Maneras de pensar: autonomía, pensamiento crítico, visual y computacional, toma de decisiones y resolución de problemas.
Herramientas para trabajar: uso ético y eficaz de la tecnología, alfabetización informacional y digital.
Maneras de trabajar: comunicación y trabajo colaborativo.
Maneras de vivir el mundo: responsabilidad personal y social, ciudadanía global, integración entre vida y profesión.
Y sí: la inteligencia artificial atraviesa todas ellas. La IA puede amplificar nuestra autonomía, ayudarnos a decidir, a resolver, a crear. Pero también nos exige más que nunca pensamiento crítico, responsabilidad y visión ética.
¿Entonces qué hacemos con todo esto?
Educamos. Pero educamos con propósito. Porque digitalizar sin pedagogía no es innovar: es automatizar lo viejo.
Necesitamos docentes que no solo sepan usar herramientas, sino que puedan cuestionarlas, rediseñarlas y ponerlas al servicio del aprendizaje.
Necesitamos centros que no midan la innovación por la cantidad de pantallas, sino por la calidad del pensamiento que generan.
Y necesitamos políticas que no sustituyan el cambio pedagógico por una inversión en dispositivos.
No estamos formando solo para empleos. Estamos formando para habitar un mundo complejo, digital y profundamente humano. Y en ese mundo, la tecnología debe sumar, no desplazar. Debe acompañar, no saturar. Y sobre todo, debe potenciar lo que nos hace aprender de verdad: el sentido, la curiosidad y el vínculo.
¿Y tú? Sientes que se está educando con sentido o solo adaptándonos al ritmo de las herramientas?
¿Qué dimensión del modelo sientes que está más ausente en tu contexto? Me encantará leerte.