Móviles y salud mental adolescente: entre la evidencia científica y la responsabilidad digital
Imagen generada por IA.
Justo mientras leía Generación Zombie, el libro en el que Javier Albares disecciona con precisión quirúrgica cómo las pantallas están reconfigurando nuestras vidas, apareció en la prensa un artículo que confirmaba lo que desde Proyecto Dis-like llevamos años señalando: entregar un smartphone a un niño de 10 u 11 años no es un gesto neutro. Tiene consecuencias. Y ahora, también datos.
Un nuevo estudio publicado en el Journal of Human Development and Capabilities y elaborado por Sapien Labs analiza más de 100.000 perfiles de jóvenes de entre 18 y 24 años de todo el mundo que recibieron su teléfono móvil antes de los 13 años. El mensaje es claro: cuanto antes reciben un móvil en la infancia, peores son sus indicadores de salud mental en la adultez temprana.
Pero más allá del susto, me interesa preguntarme —y compartir—: ¿cómo actuamos con responsabilidad, sin caer en el alarmismo, pero tampoco en la ingenuidad?
Lo que dice la ciencia y que no podemos ignorar
El estudio distingue entre salud mental y lo que llaman mind health, un concepto más amplio que engloba funciones emocionales, cognitivas y sociales necesarias para afrontar la vida. Y los datos son contundentes:
MHQ (Mind Health Quotient): los jóvenes que recibieron su primer móvil a los 5 años presentan un MHQ promedio de 1 (escala de −100 a +200). Los que lo recibieron a los 13, un MHQ de 30.
Síntomas más frecuentes: pensamientos suicidas, desconexión de la realidad, alucinaciones, agresividad, compulsiones. Especialmente en mujeres jóvenes.
Funciones deterioradas: autoestima, autocontrol emocional, empatía, estabilidad.
Además, los efectos son acumulativos y globales: se repiten en todas las regiones, culturas e idiomas, con mayor gravedad en países angloparlantes donde el acceso es más temprano y el contenido más agresivo.
¿Por qué ocurre esto?
El artículo va más allá del dato y analiza los mecanismos implicados. El más determinante: el acceso prematuro a redes sociales con algoritmos de refuerzo adictivo y exposición a contenido no apto.
El 40 % del deterioro se explica por haber accedido antes a redes sociales.
El resto está relacionado con:
▪️ relaciones familiares deterioradas
▪️ mayor riesgo de ciberacoso
▪️ sueño interrumpido
▪️ mayor consumo de contenidos agresivos y sexualizados
En el caso de las chicas, también se observa una relación con experiencias de abuso digital.
¿Y las chicas? Más vulnerables a la violencia digital
Uno de los hallazgos más preocupantes del estudio es la relación entre el uso temprano del smartphone y el aumento del riesgo de experiencias de abuso digital en chicas jóvenes.
Según el análisis, en países de habla inglesa —donde el acceso a móviles y redes sociales ocurre antes—, el 14 % del deterioro en la salud mental de las jóvenes puede explicarse por haber sido víctimas de abuso sexual digital, como el grooming, el envío no consentido de contenido sexualizado o la presión para compartir imágenes íntimas. Este impacto no se detecta con la misma intensidad en chicos, lo que indica una vulnerabilidad de género amplificada por el entorno digital.
Pero lo más relevante es cuándo ocurre este daño: casi siempre después de acceder a redes sociales siendo menores de 13 años. Es decir, el smartphone no es solo una herramienta neutra: se convierte en puerta de entrada a entornos algorítmicos donde los contenidos sexualizados, la cultura de la comparación, la presión estética y la exposición a adultos no verificados están normalizados.
Esto ocurre en edades en las que la identidad, la autopercepción corporal y los límites aún no están formados del todo, lo que multiplica el impacto emocional de cualquier interacción abusiva.
Además, muchas de estas experiencias no se denuncian ni se reconocen como violencia: se banalizan, se callan o se asumen como parte de “lo que pasa en internet”. Y cuando llegan a consulta o al sistema educativo, ya han dejado huella.
No basta con “control parental”
Una de las ideas más potentes del artículo (y que compartimos en Proyecto Dis-like) es que la solución no puede recaer solo en las familias ni en decisiones individuales.
Los algoritmos están diseñados para saltarse nuestros límites. Exigen una madurez cognitiva y emocional que los niños sencillamente no tienen. Incluso si en casa se pone un límite, ese menor sigue expuesto a compañeros, contenidos, estímulos y normalizaciones que afectan a todo su entorno.
La neurociencia es clara: no podemos pedir a un cerebro inmaduro que se autorregule en un sistema diseñado para desregular.
Normativa europea y derechos digitales: un llamado al cambio
Si bien la Ley Europea de Inteligencia Artificial (2024) no regula directamente la edad de acceso a smartphones, sí clasifica como sistemas de alto riesgo aquellos algoritmos que influyen en el comportamiento, el desarrollo y la educación de los menores. Plataformas como TikTok, Instagram, YouTube y muchos juegos con modelos freemium son ejemplos de tecnologías diseñadas para captar la atención de los jóvenes de manera intensa.
En este contexto, la Comisión Europea subraya la importancia de la alfabetización digital como competencia básica del siglo XXI. Pero ¿cómo podemos educar en el uso responsable si los niños ingresan al mundo digital de manera desordenada y sin el debido acompañamiento?
¿Qué propone el estudio?
Thiagarajan y su equipo plantean una respuesta política y social, al estilo de las leyes que restringen el alcohol, el tabaco o el acceso a vehículos:
Educación digital obligatoria antes de usar redes sociales
Responsabilidad legal para las plataformas que incumplan la edad mínima
Prohibición real de redes sociales en menores de 13
Restricción del acceso a smartphones personales antes de esa edad
¿Es difícil de implementar? Sí. ¿Es urgente y necesario? También.
¿Y mientras tanto, qué podemos hacer?
Desde Proyecto Dis-like creemos que hay acciones concretas que sí están en nuestras manos, desde el cuidado, no desde el castigo:
| Edad | Recomendación orientativa |
|---|---|
| 0–6 años | Sin pantallas personales |
| 6–12 años | Máx. 1 h/día, siempre con acompañamiento |
| 12–16 años | Uso progresivo, con normas, diálogo y supervisión |
| Móvil personal | Mejor retrasarlo hasta los 16–18 años |
Y junto a eso:
Retirar los dispositivos del dormitorio
Ser coherentes: lo que decimos, lo modelamos
Fomentar otras fuentes de validación, ocio y socialización
Hablar abiertamente de lo digital y sus riesgos
Pedir a los centros escolares que también se posicionen
Educar es cuidar
No estamos diciendo que la tecnología sea el enemigo. Lo que señalamos es que la edad importa, el contexto importa y el acompañamiento importa. No se trata de demonizar, sino de proteger. De abrir espacio para el pensamiento crítico, el vínculo y la agencia.
Como dice Albares en Generación Zombie:
“Estas normas no son un castigo. Son un acto de amor”.
Y como muestra este estudio, ya no se trata de opiniones. Se trata de salud pública, de derechos del menor y de un futuro que todavía podemos escribir con otra letra.